Lo que me hace feliz

         Tengo una enfermedad crónica, y no es buena. Empiezo fuerte, lo sé. Nunca me ha asustado la realidad, así que después de tres revisiones en el hospital, me he rendido a la evidencia de que puedo vivir unos años, parece que muchos, pero mal. Y me he lanzado a pensar qué quiero hacer con mi vida en esta tesitura, y la respuesta estaba clara, tal y como soy: Quiero vivir feliz y rodeada de belleza. Cursi, sí, pero no sé cómo decirlo de una manera más taxativa. Quiero estar rodeada de belleza. La belleza moral, con mi familia y amigos, está fuera: La belleza material es la que me ocupa ahora. Y, consecuentemente, me he puesto a rehacer, tirar, pasar por la criba mi hábitat; es decir, mi casa y mi jardín. Mi jardín tiene fácil remedio, porque sólo necesita un jardinero con instrucciones. Pero la casa es otra cosa.

        Porque, como pasa siempre, una cosa lleva a la otra: En mi afán de tirar todo lo off y sustituirlo, he comprado dos preciosos kilims para nuestro cuarto. Preciosos, preciosos, preciosos. Pero, puñetera/ pija/ exquisita/ chinchorra como soy, ahora he decidido que las cortinas no encajan. Y, lo que es peor, que las puertas del armario deberían ser blancas, porque las alfombras, muy coloridas,  exigen poco color, o colores neutros, en el resto de la habitación. Y pensaréis, (bien pensado, con toda lógica) que me he equivocado con las alfombras: Pues no, las alfombras son lo que quiero en donde quiero. Simplemente, tengo que cambiar el resto.

        Y tengo más ejemplos, pero valga éste para plantear mi problema -que no es moco de pavo-, a saber: Puedo yo tener el valor, o el capricho, o el cinismo, de gastarme un dinero en cambios que sólo necesito "porque chirrían a mi estética", cuando soy socia de cuatro o cinco (ya no sé cuántas) ONGs porque estoy convencida de que hay que compartir lo que se tiene y además me hace muy feliz hacerlo?

        Así que, realmente, tengo un problema, porque no quiero ser farisea: No es una cuestión de ser beata o santurrona (o buena cristiana, no me importan los nombres), sino egoísta, porque lo que quiero dilucidar es qué me va a hacer más feliz, si dedicar un dinero -que, por otra parte, no he decidido  cuánto puede ser- a engordar mis aportaciones solidarias, o hacer mi casa perfecta. Si estuviera mejor, no sé si de ánimo o de salud, optaría por la tercera vía, que es la que he practicado todos estos años, a saber: Hacerlo yo con estas manitas y ahorrarme el noventa por cien de la pasta gansa. Pero esta vez no estoy segura. Y en este punto mi vocecita tocapelotas me dice que, además, si tiro algo usable (no sé si existe la palabra) sólo porque ya no es bonito, estoy contribuyendo a llenar el planeta de mierda. 

        Pensaba que me lo iba a pensar, pero después de llamar mierda a la mierda en lugar de basura,  palabra más polite y que, por tanto, impacta menos ( y cuánta machaconería con el pensar y la mierda, a ver si más gente lo asocia y piensa), veo que lo tengo decidido desde el principio: Aquí no se tira nada. Ergo, tercera vía: Lo voy a intentar.

        

Comentarios

  1. Bien! Tu siempre has sido voluntariosa… y yo que he visto en directo los resultados, puedo decir que “ ni tan mal”. 😘

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Una vida larga y feliz

Dios está con nosotros

El que tiene un pueblo tiene un tesoro

Es la brecha digital, ¿estúpida?

El 8 de marzo y Cervantes

Qué asco, otra vez jamón!

Lo que nos define

A dónde va Europa

Cuando somos malas, somos malísimas

Algo más que flores