Las pelis de mi vida
Tengo por seguro que lo que llamamos "pelis de nuestra vida", o "libros de nuestra vida", o "personas de nuestra vida" no son los más importantes, los mejores o los más icónicos, sino, simplemente, los que nos han impresionado más por uno u otro motivo. En mi caso, y hablando de pelis, por librarme del aburrimiento en la Semana Santa de mi infancia.
Porque sí, yo fui al cine de pequeña. Pero cuando yo era pequeña, las pelis a las que nos llevaba, a mis primas y a mí, una vecina de mi tía -Conchita, una mujer encantadora a la que gustaban mucho los niños pero que no los entendía en absoluto-, esas pelis eran las de Marisol y Joselito, los dos yuyus de mi infancia por lo que me aburría -o así lo recuerdo, exceptuando, quizás, Un rayo de sol-. Sólo me quedaba el cine de la tele, el verdadero cine emocionante, grandioso, heroico, . Y, sobre todo, el cine de la tele de la Semana Santa, época de vacaciones, pero vacaciones mortalmente aburridas, ya que, en mi lejana infancia, se cerraban los cines, los teatros, todos los espectáculos, creo recordar que hasta los bares (no había nacido Ayuso aún). Así que, cuando íbamos a Las Navas, donde íbamos sí o sí todos los años, sólo quedaba ver la tele, porque hacía un frío que pelaba en marzo o en abril, y la avena loca de la finca, crecida ya, nos empapaba los pies después de la lluvia y nos proporcionaba unos monumentales catarros si salíamos de casa.
Pues tele. Pero en la tele sólo había dos programaciones: las pelis, a primera hora de la tarde, y las procesiones, generalmente a partir de las siete, hora en la que había más audiencia: Había que fomentar la religiosidad de la plebe, tanto si querían como si no. Porque, claro, aquella tele sólo tenía un canal, lo que ahora llamamos La 1, en blanco y negro, que comenzaba a las dos de la tarde, si no recuerdo mal, y terminaba a las doce de la noche con una gran foto de Franco que ocupaba toda la pantalla resaltada por el himno nacional como telón de fondo.
Y aquellas pelis sí que ocupaban toda la pantalla: Eran emocionantes, grandiosas, heroicas. Así que esta Semana Santa, después de recopilar un montón de pelis de ahora para ver en la tele -y no sé por qué, porque tengo todo el año para verlas-, lo que realmente he hecho, y he disfrutado, ha sido volver a ver las pelis de mi infancia, las de todos los años: Ben-Hur, la obra maestra de Charlton Heston (cada vez que veo El Cid me da la risa cuando dice todo emocionado eso de ¡España, España!, porque España no existía, pero me sigue poniendo los pelos de punta la carrera de cuádrigas de Ben-Hur); Quo Vadis, que siempre que la veo me releo partes de la novela, tan bonita, del cardenal Wiseman (claro, tienen unos añitos y pagan su correspondiente óbolo en cursilinas y pelín o muchín sentimentales); Los Diez Mandamientos creo que también estaba en alguna programación, pero con ésa realmente no puedo, quizás por larga larguíiiiiisima.
Pero me faltaba mi preferida, la que de verdad me hacía llorar todas las veces y más de una vez -todas las veces que la veía y más de una vez a lo largo de la peli-: La española, la de Luis Lucía con el inefable Javier Escrivá en el papel de santo e incólume mártir, porque siempre me fijé, cosas de niños, en que el hábito blanco no se le ensuciaba en toda la película, y eso que pasaban años y años; lo debían de lavar con OMO después de cada toma (este chiste del OMO sólo lo entenderán los de mi generación; ah, se siente...) .
Volviendo a lo nuestro, trasteé en Internet, segura de que San Google haría el milagro, ¡y la encontré! Encontré Molokai, la isla maldita, en youtube. Y la vi, claro. Enterita. Pero ya lloré menos que antes, aunque volví a sonarme la nariz en aquello de " (El padre Damián) -¿Cómo quieres llamarte? (la bautizanda (creo que no existe la palabreja, pero hay que innovar))- Dolores (el padre Damián)- Yo preferiría llamarte Esperanza", durante el bautizo de media isla hacia la mitad de la peli, que las medicinas y la comida entran a la vez que la salvación de las almas, tema más importante que lo meramente material.
Y ahora que he maldecido, despotricado y machacado vuestros lindos ojitos con mis desavenencias con las Semanas Santas de mi infancia, diré que, entre tanto aburrimiento, sí que hubo momentos de felicidad en aquellas vacaciones aburridas, aburridas y aburridas un año tras otro, hasta decir basta. Así que, para dejar buen sabor de boca, voy a contar uno.
Un precioso recuerdo de una Semana Santa en Las Navas, con mi madre entrando en la habitación donde dormíamos mi prima Conchi y yo: Mi madre levanta la persiana, y eso nos despierta. Afuera cae la nieve; no son los copos que suelen caer en Las Navas, provincia de Avila, espesos como una cortina que se confunde con el cielo, blanco con blanco, blanco al cuadrado; son unos preciosos copos blancos, de esos copos que parecen algodón y que, como si fueran ingrávidos, caen muy despacio, suspendidos en el aire, y que me encantan; . Entonces, mi madre nos dice: No os levantéis, currinas, que hace muy mal tiempo. Hale, bebed la leche y volved a dormiros. Y nos presenta unos tazones de leche que bebemos, medio adormiladas, y volvemos a caer en la modorra de la camita caliente, mientras afuera los copos siguen viajando por el aire, sin ganas de posarse en ninguna parte.
Comentarios
Publicar un comentario