Las Koplowitz, Franco y el Cid, o El Ocho de Marzo

           Siempre que pienso en el ocho de marzo me vienen a la cabeza las hermanas Koplowitz. Raro, ¿verdad?. Pues para mí son el paradigma de lo que fue la mujer en el franquismo, y el franquismo es el paradigma del machismo: Los premios a la natalidad a familias de doce o dieciocho hijos, con madres avejentadas y vestidas de negro, amorfas, sin dinero para vestirlos y alimentarlos, menos todavía darles una educación; los permisos del marido para que la esposa pudiera trabajar, tener una tienda o abrir una cuenta corriente; la machaconería de aquellas madres para que las hijas tuviéramos novio antes de los dieciocho, que luego ya te haces vieja, y, segunda parte, luego no se puede cambiar el novio, no sea que los demás pienses que estás algo "sobada" y sea peor el remedio que la enfermedad. Y tantas otras cosas...

            Vuelvo a las Koplowiz y a lo que yo veo cuando pienso en ellas, que no sé si es lo que ven los demás: Un judío polaco que llega a España huyendo de la ocupación nazi en Francia en los años cuarenta y que se va haciendo con contratos del Estado de los que dan mucha pasta -con los contactos pertinentes, porque en aquella época el que no tenía padrinos no se bautizaba, como dice el refrán- y consigue crear un imperio. Pero los hados no le favorecen, porque no tiene un hijo varón para sucederle, así que no tiene más remedio que casar a sus dos hijas con dos señores que -supongo que ya los había estudiado- administraran de modo solvente su imperio: Los llamados por la prensa Albertos, dos primos, Cortina y Alcocer, que demostraron ser unas águilas para los negocios. El buen padre no se había equivocado.

        Y machistas como eran, en cuanto aquellos maridos se sintieron seguros -administraban los millones de sus cónyuges; es más, los habían multiplicado, eran grandes hombres- se olvidaron de que el dinero no era suyo, porque tenían el poder de hacer y deshacer, y se dedicaron a ningunear a sus mujeres, a humillarlas, a ponerles los cuernos y a comportarse como tantos otros grandes próceres del país: Demostrando que allí mandaban ellos y se merecían una vida poco compaginable con la idílica vida familiar y modosa que vendía el régimen. No se dieron cuenta, pasado el tiempo, de que las cosas habían cambiado, de que llegó algo que se llamó divorcio y que el dinero, quisieran o no, era de ellas, las chicas.

            Pero no quiero quedarme aquí. Porque siempre que pienso en ellas recuerdo, acto seguido, la historia de Guillermo El Mariscal, del gran historiador Georges Duby, que cuenta cómo los reyes medievales solían casar a las huérfanas y viudas de sus nobles con sus caballeros "como premio por sus buenos servicios". Es decir, las mujeres tenían el dinero y los títulos, pero, en cuanto no tenían varón en la familia, el rey se convertía en su tutor legal, y era el rey el que tenía el poder de darlas en pago a sus caballeros por los servicios prestados, sin posibilidad de reclamar. Pasaban de la tutela del padre a la tutela del marido, y de ésta a la tutela del hijo o, si eran nobles, a la tutela del rey. Ejemplo en España? El mismo Cid Campeador, nuestro héroe nacional (con el permiso de Santiago Matamoros), al que Alfonso VI casó una noble leonesa huérfana y, por tanto, bajo su tutela, dentro de una política general de mezclar nobleza rancia leonesa (y superior) con nobleza nueva castellana (inferior) para unificar el reino.

        Así que el dinero no da el poder para liberarse de nada; son la voluntad y las leyes, porque la voluntad cambia las leyes. Pero ya no sé muy bien si las leyes se promulgan cuando la sociedad ya ha avanzado y exige un cambio, o si las leyes aceleran los cambios que ya apuntan maneras. Supongo que gana la sociedad como autora de los cambios, aunque espero también que haya visionari@s (me olvido de lo inclusivo, es difícil que los perros viejos aprendamos trucos nuevos) que aceleren el cambio. Lo que es cierto es que hay que tener cuidado para no volver atrás: La dictadura de Franco se pareció demasiado a una nueva Edad Media. Y tenemos esa dictadura a la vuelta de la esquina si no espabilamos. Los autoritarios siguen ahí.

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