... Y hacer nuevos caminos

        Después de mis últimas "experiencias" vitales, había que volver a empezar y tenía varios dilemas, porque la vida es multitarea, o polifacética, o llena de grises, como se prefiera definir. El caso es que sabía que mi casa es muy grande y aislada, que aquí los inviernos son muy largos y las horas de oscuridad demasiadas, y que no tener compañía era muy duro. Te vale, y mucho, las visitas de los amigos y la familia, los viajes, el teléfono... Todo eso está muy bien, pero como le decía a Salva cuando quería un perro y me preguntaba que por qué (siempre hemos tenido perro desde que vivimos aquí, pero él se llevó sendos disgustos cuando murieron los dos perros que tuvimos y no quería un tercero): Es muy sencillo. Cuando por la noche oigo ruidos en casa -porque siempre hay ruidos estructurales en las casas, y ruidos imaginarios también en la cabeza de cada quién-, si hay un perro, pienso: Es el perro; pero si no hay perro, ya me inquieto, y no pienso nada en concreto, pero ya no duermo más. Así que quiero un perro. Es alguien o algo cariñoso, le puedes achacar un montón de cosas desconocidas (después de todo, a los perros no les entendemos gran cosa, así que todo lo extraño les puede encajar si nos lo proponemos) y, además, sólo da la guerra que quieras. Porque los pobres no saben hablar, así que puedes hacerte la loca cuando te persiguen por la casa con la excusa de "no entiendo qué quiere". Y sí lo entiendes, claro, pero no puede echártelo en cara: Para eso es una mascota.

        Total y abreviando, tengo perro, y tengo a mi hija que se quedará conmigo una temporada. Pero la compañía guay, la definitiva, tengo que agenciármela yo por mi cuenta. Creo que es mi trabajo. Porque está muy bien, y es una prueba de amor del bueno, que mi hija se venga a vivir conmigo unos meses. Y está muy bien, y es una prueba de amor del bueno, que mi familia me haya dicho que vendrán cuando lo necesite, a acompañar, a pasar días, a lo que haga falta. Pero quedarse, vivir aquí, lo que es no poner una barrera al tiempo, ni mi familia no lo puede hacer, ni mi hija, si no quiere volver al nido, cuando ya ha salido y volado sola. Y como eso no es bueno para ella, no es bueno para mí. Así que he buscado otra solución.

        Porque, desde el principio, había varias soluciones. La primera, viajar en invierno: Me encanta viajar, y  era una idea pensar en marcharme el mes de diciembre, que es el de menos horas de luz, a alguna ciudad poco pateada, aunque ya la conociera. Porque siempre me han quedado ganas de volver a conocer de verdad Pontevedra -que tiene todo su casco urbano peatonal-, Cádiz -que pisé por única vez hace más de treinta años-, Vigo -por la que pasé fugazmente hace también muchísmo... Y no era un mal plan. 

    Plan mejor? Vivir con compañía todo el año, y hacer esos mismos viajes pero no por necesidad/obligación/mal menor, sino por placer. Y esta me pareció mejor solución que la primera. Pero, claro, el problema era con quién. Porque ya viví los pisos compartidos hace cuarenta años y hay que mirar con lupa, a pesar de lo motivador y gratificante que fue ver Las chicas de oro en los ¿ochenta? ¿noventa?. Da igual. Creo que no han perdido nada con el tiempo. O el cambio radical de Cae la noche tropical (leedlo, es una preciosa novela que no voy a destripar aquí). Pero las novelas y las series de televisión tienen su parte de fantasía, así que, ¿qué me convenía a mí? Y enseguida lo supe: Tengo tías asistentas, primas fruteras y pescaderas, amigas kellys... ¿Y yo? ¿Qué soy? Pues soy una chica a la que siempre le gustó aprender porque siempre fue muy curiosa, pero en sus gustos, espacios vitales, amigos, siempre siguió siendo esa jovencita que se lo pasaba bomba con sus amigos chicos y chicas de barrio, que salió del cine después de ver Fiebre del sábado noche clamando que "ya era hora de que los chicos de barrio tuvieran su película". 

        Así que me he decidido. Tengo compi de piso: Mi pelu. Una mujer graciosa, optimista, cotorra y cabra loca, como yo. Viene con hijo adolescente y perro, lo que la convierte en una incógnita -que me viene bien, así tengo intriga con el qué pasará-. Pero es de los míos. No sé muy bien quiénes son "los míos", o no sé explicarlo (con lo que yo hablo, Dios Mío), pero creo que vamos a vivir bien. Y que vamos a compartir muchas cosas los próximos años, cada una con su vida, respetándonos, pero dándonos apoyo y risas. Sobre todo risas y optimismo y futuro.

        Volver a empezar. Mirar hacia adelante.






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