El ascensor
No me gustan los ascensores.
Naturalmente, cuando trabajaba en la Agencia de Medio Ambiente de Madrid, que estaba en un noveno piso, subí en ascensor...a veces. Después de aquello, y según he ido cumpliendo años, he reducido mis principios en lo referente a los ascensores: no utilizarlo a no ser que hubiera que subir a un quinto piso; no utilizarlo a no ser que hubiera que subir a un cuarto piso; no utilizarlo a no ser que hubiera que subir a un tercer piso... Pero, a pesar de todas mis concesiones, nunca pude entrar en aquella caja sin una más que segura prevención hacia el cacharro.
Cacharro, sí: Oscila, hace ruidos, cuando es antiguo; te deja un vacío en el estómago cuando va deprisa - los moderno-; provoca un vértigo espantoso si es exterior y se ve la ciudad a través de sus paredes de cristal...
Así que, para mí, que no puedo separar los pies del suelo, ni siquiera metafóricamente, sin una tremenda angustia; que tengo vértigo desde que recuerdo; que me asedia la claustrofobia, también, en cuanto me distraigo, los ascensores son la bicha. Y el ascensor social, también. Es exactamente como el cubículo al que temo. Y, como el cubículo al que temo, no es ni predecible, ni fiable, ni seguro: No llega cuando se le llama, sino cuando no está retenido en otras plantas; no llega vacío, a no ser que en las paradas anteriores haya bajado gente; y no siempre para donde quisiéramos, porque a veces tiene pisos bloqueados.
Cuando iba a la universidad, en el momento de los exámenes los profesores no olvidaban la muletilla "Y los que tengáis beca lo ponéis en la hoja de examen" para subirles la nota a siete: Solamente tenían beca los buenos estudiantes.
Y a todos nos parecía normal aquella selección, la misma selección que hacían la madre de Escarlata y el resto de dueñas de plantaciones de algodón en Tara, Mimosa, Doce Robles... observaban a los "negritos de campo", les estudiaban hasta que decidían quiénes eran trabajadores, detallistas, "finos", y ésos comenzaban una escalada social, poquito a poquito, hasta convertirse en "negros de casa", la máxima categoría para un negro. En los estados esclavistas del sur americano aquel sistema sólo había pervivido en las páginas de una novela épica, pero el viento no se había llevado, en los años setenta en España, este modo de vaciar de inteligencia a una parte de la sociedad para poner a sus individuos más capaces al servicio de la otra parte.
El ascensor social seguía funcionando como debía funcionar: No cuando se llamaba desde abajo: Sólo cuando se necesitaban cerebros frescos y prometedores. No cuando "abajo" había gente esperando: Sólo cuando en el "otro lado" hacía falta relevo.
Y para que no cupiera ninguna duda, a nuestra Espe, la "chula" -que no chulapa- de Madrid le rapearon algunas de sus frases más famosas y quedó este precioso poema, que dice así:
"Pa qué quieres estudiar la biosfera / si tú lo que quieres es ser peluquera?/
Si has nacido en un barrio obrero / a Espe no la hagas gastar dinero/
Pa qué te interesa lo que pasó en Creta / pa ir con tu padre en la fragoneta?
Para qué quieres tu poco de cultura / si vas a conducir el camión de la basura?
Cuanto antes los pobres dejen de estudiar / menos pasta Espe se tiene que gastar"
Etc, etc, etc.
Nuestra exministra de Educación tenías las ideas claras, clarísimas.
Pero, mientras tanto, se habían aupado al Estado los gobiernos de izquierdas y, con ellos, las becas, no de siete-notable, sino de cinco-aprobado. Y a mí me pareció mal; la universidad es cara, y es pública, ¿por qué estudiar el que va justito de ganas de esforzarse o de inteligencia? Y entonces escuché la frase que me lo aclaró todo, y que recuerdo así: "Si un alumno pasa de curso con un cinco y sus padres pueden pagar la siguiente matrícula, pasa de curso; así que sólo habrá igualdad de oportunidades real si todos los alumnos pasan de curso con un cinco aunque sus padres no puedan pagar la siguiente matrícula. Ese era el espíritu de las becas "de cinco", la igualdad de oportunidades, la eliminación del ascensor y de la selección dirigida, que no natural: Las escaleras.
Escaleras, donde hace falta un esfuerzo para subir, porque no te suben; donde puedes apoyarte en el vecino o el amigo, porque en los escalones caben dos, y tres, y a veces más; donde puedes también descansar, si lo necesitas, porque hay rellanos; donde no hay pisos incomunicados, porque pasa por todos. Las escaleras que se convierten en imprescindibles cuando se corta la luz, cuando hay un incendio, ... o cuando el ascensor no baja.
Así que, reitero lo dicho: No me gustan los ascensores.
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