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El país de las casas vacías

            Cuando era una asidua del Ateneo de Madrid y estaba metida en todos los charcos (mienbro de la Junta de Gobierno, de la Sección de Literatura, de la Comisión de Actividades Culturales, de...), como acostumbro, porque soy exagerada para todo, una vez invitamos a Mario Benedetti a dar una conferencia. Y como solíamos hacer los chicos y chicas de la Sección de Literatura, después de la conferencia nos lo llevamos al bar, para hablar con él, ya relajados, de todo lo divino y lo humano y escuchar lo que nos quisiera contar, que los famosos que llevábamos, mayormente literatos de los muuuuuy buenos, eran muy generosos y nos contaban muchas cosas, amén de interesarse por nuestras vidas y proyectos, como suele hacer, según mi experiencia, la gente generosa que ya no tiene nada que demostrar, porque le sobra excelencia -y curiosidad e interés por sus semejantes y por la vida en general-.           Total, que ya me he id...

Esas rendijas por las que se cuelan los recuerdos

            Estaba yo esta mañana en una de mis terrazas del pueblo, ésas a las que voy todos los días con mi novela para salir de casa, airearme y leer un rato -corto- viendo pasar gente y comentando con los camareros, vecinos de mesa o cualquiera que pase por allí y pegue la hebra, cuando llegaron tres críos algo talluditos ya -unos quince años- con un perro muerto de sed, y le pidieron un cuenquito de agua a la dueña del autodefinido gastrobar, que es como llaman los pijos a los bares de toda la vida pero mucho más caros (y más monos, todo hay que decirlo) . Así que la dueña le sacó un bol de agua al pobre perro y a mí, sin anestesia, se me vino a la cabeza la anécdota que me había contado la madre de Salva allá por los años noventa, cuando tuvimos que vivir en su casa unos meses porque la nuestra estaba en obras -es decir, inhabitable-. Y es que Salva, con las ideas sin filtros que se forman los niños sobre el mundo y las cosas (sin las convencione...

Una cosa es con guitarra y otra cosa es con cajón

           Hace poco he terminado  una de las novelitas menores de Bryce Echenique,  El huerto de mi amada, y casi en su última página he encontrado la frase perfecta que define mi vida: Una cosa en con guitarra y otra cosa es con cajón.          Porque hasta hace un año, más o menos, yo tocaba con guitarra, y hasta cantaba: Tenía a Salva.  Pero llegó el cambio de ciclo, y llegó pisando fuerte, con todas las malas suertes y los accidentes/ problemas/ yuyus que antes, cuando era joven, me acompañaban. Y empecé a tocar con cajón, porque todavía no había perdido el sentido del oído ni del ritmo, pero sí la finura y el ángel que hay que tener para la guitarra.  Así que voy a contar todo lo que se me ha roto -o similar- en lo que es una vueltecita alrededor del sol, que no es ná. Pero también, y afortunadamente, voy a contar que lo resolví, o superé, o ya se pasó, porque estoy decidida a volver a ser fuerte: Estoy dec...

Mete al ossiso en la cajuela del auto

          Cuando era una niña me encantaban las comedias americanas que ponían por la tele los sábados: Entonces, además de algunas pelis de dibujos animados como Bugs Bunny, había muchas series de humor "blanco", como El show de Lucille Ball o Los nuevos ricos,  familia de montañeses que encuentran petróleo y se mudan a Beverly Hills con su escopeta (el padre), su delantal (la abuela), sus vaqueros ajustados (la hija) y su sombrero montañés (el hijo).           En estas series el español se doblaba en Méjico casi siempre, y era muy divertido oír ese acento y esas palabras, que a veces no entendíamos y con las que, ya de mayores, construimos una frase con la que nos partíamos de risa cada vez que la decíamos -y la decíamos para hacer el chiste siempre que estábamos de buen humor, sólo para reírnos un poco-: Mete al ossiso en la cajuela del auto. Aquello cuadraba perfectamente con el tono humorístico de esas series, p...

Abrir la boca para dejar entrar el aire

        Esta es la historia de mi boca abierta, aún abierta, y no sé por cuánto tiempo, porque no sé cuánto se tarda en asimilar las cosas importantes, teniendo en cuenta que las cosas importantes te llevan a tí a su realidad, y no al revés, y que hay infinitas realidades, como relata tan bien una de las novelas que quiero comentar (y empiezo por el medio, pero da igual; el caos también me ha sorprendido con la boca abierta, que para eso se llama caos).           Todo empezó con la novela de Fernanda Melchor Temporada de huracanes , que de una manera lúcida (y, por tanto, desoladora) destroza el mito de que emigrando se llega a un mundo mejor, en un entorno dominado por la falta de esperanza, la droga y los mitos usuales que los acompañan: el dinero fácil, el cambio de vida por el golpe de suerte, la nulidad del esfuerzo o la honradez, la sospecha -la ilusión- de que otros conocen los atajos que importan...     ...

Por una mirada, un mundo

          Durante años he mantenido la ficción de que no era coqueta y no me importaba el físico. Una mentira muy bien llevada, aunque lo que pasaba realmente era que Salva me veía guapa y yo me veía guapa también  porque me miraba con sus ojos de ¿miope, enamorado, miope enamorado?. Porque no sé si os habéis fijado, pero un miope mirando al infinito es la mirada más enamorada que podáis ver en vuestra vida. Y si no, buscad en Moviestar, Netflix, Filmin o cualquier otra plataforma la peli El filo de la navaja y mirad un ratito en bucle la escena final, cuando Tyrone Power mira al infinito mientras aparece el The End. Me vais a entender.           Y volviendo al lío, estábamos en que Salva me veía "con sus propios ojos", hasta el punto de que no podía dejarle comprarme ropa porque me la compraba una y hasta dos tallas más pequeñas: También, además de guapa, me veía delgada.           Pero ya no...

Mi verano inglés

          Hace unos días me vi de un tirón los tres capítulos emitidos de La conquista de la democracia . Ya me había visto el primero, pero me trajo tantos recuerdos que decidí volver a verlo, y mejor en una secuencia que solito.            Pero me equivoqué. Porque lo que me había conmovido de verdad fue una canción, que, como suele pasar con los recuerdos, me trajo a la memoria todo los vivido en los años setenta, más que el resto de los capítulos, que, por muy bien hechos que estuvieran -y lo estaban.-, no tenían la carga emocional de la susodicha. Y lo que me hizo gracia, porque no me lo  esperaba, es que, en los subtítulos, se documentaba que la cantaba Chicho Sánchez Ferlosio. De Chicho Sánchez Ferlosio me contó Arsenio Escolar, ahora muy conocido pero entonces un vecino más de la calle Argumosa, y, por ende, vecino mío, que, ingeniero y muy bien situado -hijo de Sánchez Mazas y hermano de Rafael-, se cansó de ...

Me joden los vagos

          Esta mañana he ido al pueblo a darme un garbeo para airearme, no sea que me salgan raíces de quedarme en casa, y he aparcado en una plaza de parapléjico, como llamo a las plazas de minusválidos; una plaza rara, colocada en batería en un sitio donde casi siempre la ocultan los camiones que descargan bebidas a los tres restaurantes que ocupan, en fila india, ese tramo de la calle principal del pueblo.          Y me doy mi garbeo, que consiste en leer un ratito el libro que toque -mis libros siempre han paseado conmigo- en uno de los bares del pueblo; luego salgo, y, para que baje un poco la cerveza antes de coger el volante, compro en la carnicería, la panadería, la frutería o el chino, según toque, o paso por la papelería para escanear algún documento -últimamente eso del escaneo lo tengo a la orden del día, que no se diga que las burocracias varias (telefonías, compañías de la luz, del gas, clubes de vacaciones, oficinas d...

El juego de las sillas

            No sé si vosotros habéis jugado al juego de las sillas. Era muy sencillo: El grupo de niñas (cuando yo era niña los colegios estaban segregados, y éste era un juego típico de patio de recreo, al menos para aquellas niños cuyos padres no nos dejaban bajar a la calle a jugar con el resto de niños del barrio) andaba, a veces corría un poco, alrededor de algunas sillas colocadas en corro, siempre una menos que el número de jugadoras, hasta que la "madre" -la directora del juego-, porque nos metían la idea de "madres" hasta en la sopa, daba una palmada y cada niña se sentaba en la silla que tenía más cerca, excepto la más despistada o patosa, que se quedaba sin silla, ergo eliminada, no como en la canción de María Isabel: Aquí, sin silla era muerta 😂          Pues ahora, en mi viaje a Cádiz para desintoxicarme de tanto papeleo y tanto saqueo de la faltriquera  (qué bien viven los notarios, a fe mía), he recordado a...

Eso que llamamos zona de confort

          Hace pocos días oí en las noticias que España iba a lanzar esa tarde desde Cabo Cañaveral un satélite, el Spainsat, que será el primero de su clase en Europa y le vendrá bien a la OTAN por algún motivo, creí entender que porque iba a ser un hacha en comunicaciones.           Y me he acordado de Salvador. Como siempre, pero esta vez con una buena excusa. Porque si hubiera oído la noticia hubiéramos visto el lanzamiento (he estado a punto de llamarlo despegue , cada vez recuerdo menos los nombres de las cosas) aquella tarde, retransmitido en directo. Y nos hubieran contado, y nos hubiéramos enterado, por qué es importante, y cuántos y cuálos satélites de telecomunicaciones hay, y de qué países, y cuál es la novedad que trae el nuevo. Pero ya no tengo a nadie que me saque de mi zona de confort. Y mira que me gusta, porque soy una curiosa irredenta.           Cuando se casó mi sobrino -uno d...

Aquel mes de julio

          Siempre pensé que cuando no hiciera nada con mi vida -nada interesante, se entiende-, me dedicaría a escribir; porque cuando tienes cosas interesantes que vivir, las vives, y no te da tiempo, o no tienes perspectiva, para vivirlas y contarlas a la vez.   Y no soy la única que lo piensa, porque una vez oí a Almudena Grandes decir que los escritores son los grandes cotillas que se asoman a las vidas de los demás para poder escribir después sus historias (más o menos)           Y mi intuición era cierta, porque cuando me jubilé, visto lo que me gustaba hablar y que ya no era directora de nada, con lo cual nadie tenía que escucharme velis nolis (quieras o no, pero qué bien me ha quedado el latinajo), comencé este blog. Despacito, para no quedarme sin ideas -aunque Antoñita la Fantástica es capaz de sacar punta a lo que sea con tal de hablar (léase escribir en este caso)-, dos entradas al mes, para no cansar tampoco a...

Mi cuñada Marta

          Hace algunos días mi cuñada Marta, en un intento heroico por sacarme de casa (reconozco que es casi imposible sacarme de casa últimamente) consiguió interesarme con un curso de flores. Aunque no exactamente de flores, sino de confeccionar centros de mesa que duren pero que no sean de plástico o de tela, sino de flores naturales tratadas para que se conserven.            Total, que voy al curso, toda contenta, con una idea preconcebida: el centro se podrá en algún lugar del salón que, como está pintado de gris, tendrá que ser verde y naranja, dos colores que van bien con el gris pero, a la vez, no hacen daño a la vista. Sólo dan un toque de color -por el naranja- pero algo sobrio, que no destaque demasiado.           Y vamos al curso. Y yo toda contenta, con mis verdes y mis naranjas, mientras el resto de alumnas se vuelven un poco locas metiendo en sus jarrones todo tipo de ramas, ho...

Un zas en toda la boca

            En mi entrada Pintar la valla, o Esas fake news arremetía contra la psicosis con todas las estadísticas en contra de que todo el mundo podía tener un okupa en su casa. Y parece que mi buena fe me ha castigado, porque he tenido -desde el 23 de diciembre hasta ayer- unos inquiokupas (ya tienen figura legal, se llaman así) en mi casa. Pero eso es como lo que le dije a mi amiga Cristina estas navidades, cuando se le olvidó traerme décimos de lotería de su sindicato CSIF y tocaron mil quinientos euros al décimo: Tendríais que hacer una colecta para darme una comisión, porque estoy segura de que si me hubieras traído los décimos no habría tocado ni la pedrea.          Pues lo mismo con todo. Me toca ser gafe.  Y estoy acostumbrada. Acostumbrada a empezar todo mucho antes porque siempre me pasa algo inesperado que retrasa, anula, retuerce. Aunque, si ya cuentas con ello, lo resuelves sin más problema; eso sí, hay que...

Y qué quería contar yo?

            Estamos teniendo una movida energética casi del calibre de la que tuvimos con Filomena, a saber, quedarnos sin gasóleo en medio de una ola de frío, y me ha venido a la cabeza la historia de Cortázar del pie, que no voy a contar aquí, pero que se basa en la confusión lingüística: El final del relato es: No confundir el pie con el pie.  Igualito que la famosa, famosísima, historia de Tip y Coll con el vaso de agua, que tampoco quiero contar, pero que se basa en la misma confusión de las palabras que funden a nuestro cerebro si no estamos al loro.          El caso es que mi agobio con el gasóleo me llevó a acordarme de esta historia, y, como lo pensaba contar aquí, tengo que explicarlo: ¿Qué tienen en común Cortázar, Tip y Coll y mi gasóleo? Pues el lenguaje. Porque las palabras son fundamentales.           Y esto es lo que escribí hace unos días en un bloc, para no olvidarme de una h...

Pensando sobre la buena gente

            Me estoy resistiendo a dejar en el papel mis impresiones sobre dos realidades de la misma realidad, reflejadas en dos novelas magistrales que tienen al menos veinte años de espacio entre la publicación de una y otra y un abismo entre las dos. Y, sin embargo, las dos realidades son la misma: El deterioro de la vejez. Y ya sé que he dicho muchas veces la palabra "realidad" y eso no es muy literario, pero es que realmente la misma situación puede convertirse en una infinidad de realidades dependiendo de los momentos, los apoyos, la solvencia -económica, intelectual- y tantas otras otras cosas. Así que he querido dar protagonismo a la palabreja para, ya desde el principio, hacer referencia a lo importante que es lo relativo, todo lo de alrededor, las condiciones, ante un hecho -cualquier hecho- que nos atropelle, ante el que nunca estaremos preparados pero que puede estar amortiguado por esas realidades relativas, o recrudecido y multiplicado p...

Buceando, buceando, se encuentran tesoros

        Como ya habréis notado, esta temporada estoy un poco rarita, con lo que no os extrañará que haya vuelto la mirada a los clásicos, esos que nos llevan a un tiempo ac rítico -de los tiempos pasados ya está todo dicho-, y, por tanto, tranquilizador, seguro.          Así que volví a mi penúltimo proyecto de lectura (que había tenido un poco abandonado), y en mi retomar lecturas que había dejado para más adelante he dado buena cuenta de  En busca del unicornio , preciosa novela que, en su día, fue premio Planeta 1987. El que he leído es un ejemplar de la edición número 20, y eso es lo que me asombra y me alegra a la vez. Porque no es una novela fácil: Está tan bien escrita, tan bien ambientada en su época, que la lectura no es fácil para un lector poco habituado: Imita perfectamente un diario de viaje de un explorador -más que un soldado- del siglo XVI (está fechado en 1498), con el inicio típico de muchos escritos medievale...

Un Espasa para el recuerdo

             Al poco tiempo de conocer a Salva, como se dio cuenta de que yo no era muy partidaria de casarme (y es que era muy inteligente), me sorprendió pidiéndome tener un hijo con él. Me pilló tan con el pie cambiado, que le di un tonto "bueno", como el que dice "lo que tú digas", y a partir de ahí, y también a lo tonto por mi parte, empezamos a planear la boda.              Y planeando, planeando, hete aquí que me planteó otra originalidad: Nadie se podía casar sin tener un Espasa y un cuchillo del pan en su nuevo hogar. Y, atontada yo como estaba con tantas iniciativas inéditas, me encontré con un precioso diccionario Espasa, encuadernado en piel y que había costado un congo (para los que no sepan lo que es un congo, es un huevo y la mitad del otro)  y un cuchillo del pan, comme il faut. El resto de condicionantes de nuestra vida en común -una casa en obras, sin calefacción ni agua caliente (Sa...

... Y hacer nuevos caminos

         Después de mis últimas "experiencias" vitales, h abía que volver a empezar y tenía varios dilemas, porque la vida es multitarea, o polifacética, o llena de grises, como se prefiera definir. El caso es que sabía que mi casa es muy grande y aislada, que aquí los inviernos son muy largos y las horas de oscuridad demasiadas, y que no tener compañía era muy duro. Te vale, y mucho, las visitas de los amigos y la familia, los viajes, el teléfono... Todo eso está muy bien, pero como le decía a Salva cuando quería un perro y me preguntaba que por qué (siempre hemos tenido perro desde que vivimos aquí, pero él se llevó sendos disgustos cuando murieron los dos perros que tuvimos y no quería un tercero): Es muy sencillo. Cuando por la noche oigo ruidos en casa -porque siempre hay ruidos estructurales en las casas, y ruidos imaginarios también en la cabeza de cada quién-, si hay un perro, pienso: Es el perro; pero si no hay perro, ya me inquieto, y no pienso nada en...

Volver a empezar

          Hay una preciosa novela de Andrés Trapiello, Al morir Don Quijote , que cuenta cómo fue la vida de Sancho, el cura, la sobrina, el bachiller Sansón Carrasco, Aldonza y otra serie de personajes de la novela del ingenioso hidalgo sin desmerecer en absoluto del original.           Y, sin saber por qué, un día me vino a la memoria esta novela, que leí hace algunos años, y se me comparó, como quien no quiere la cosa, con mi vida antes y después de Salva: como si mi vida con Salva hubiera sido el Quijote y mi vida sin él hubiera sido esa continuación de qué ocurre con los personajes secundarios cuando el prota desaparece. Porque el prota era él. Sí, ya sé que para prota, la menda, no me engaño. Y también sé que, mientras estuvimos casados, conservé mi independencia ferozmente, así que, ¿qué es eso de que soy un personaje secundario? Pues sí que lo soy, pero no por mi situación en el cuento, sino por elección, y me explico:...

Sobre techos, nidos y algunos pensamientos

           Cuando mi padre compró nuestro piso en la calle de Salitre, Lavapiés, allá por los años sesenta, lo primero que hizo fue tirarlo y hacerlo nuevo. Realmente lo necesitaba: La distribución era espantosa, el suelo eran todavía las baldosas rojas y amarillas de la bandera nacional tan populares en los cuarenta y cincuenta, la cocina era de carbón... Total, que mi padre se puso en manos de un "maestro de obras" que se llamaba entonces, amigo suyo, y le encomendó hacer una vivienda moderna, con su salón-comedor, su cocina de gas, su cuarto de baño con media bañera -se llamaba poliván- porque no cabía más... En fin, todo nuevo. Y se le ocurrió que debían tener un sitio de almacenaje para maletas, herramientas de poco uso y trastos varios. Lo que ahora se almacena en un garaje, si tienes garaje.         Por aquel entonces no había armarios empotrados, luego no había altillos/maleteros. Así que, buscando un sitio que hiciera las v...

Aventuras y desventuras de una viuda novel

           Dicen que cuando estás "de bajona", además, es cuando te pones enferma y, además, es cuando te caes a lo tonto por las escaleras del metro. Y es verdad. Porque cuando tienes estrés, o estás debilucha, es cuando todos los bichos que pululan por tierra y aire te atacan; en realidad, siempre te atacan, pero entonces pueden contigo. Y cuando tienes estrés, o estás debilucha, también te caes por las escaleras del metro, o te tuerces el tobillo con un bordillo (¡ripio, ripio!), sencillamente porque estás más distraída de lo normal. O tienes menos reflejos. O las dos cosas.         El caso es que yo este finde, después de la indigestión del tanatorio, el responso y el papeleo por la muerte de Salva, he sido la prueba viviente de que todo eso es cierto. Porque se va mi hija a respirar un poco con las amigas, de cena tranquila, yo me siento en el ordenador a hacer el mono (léase jugar al solitario mahjong, que tiene doce niveles y...

Una vida larga y feliz

          Salvador no ha muerto viejo. Porque una vida larga o corta no creo que se mida por los años, sino por el aburrimiento, la soledad, la tristeza o la felicidad y las experiencias. Y de eso su vida ha estado llena, no porque lo diga yo, que también, sino por su personalidad. Porque el tanatorio, ahora que ha muerto, era casi el metro en hora punta: Compañeros de su último trabajo -y se jubiló hace siete años-, amigos del colegio y de su barrio de juventud (que quizá algunos hayan venido a acompañar a la familia), amigos de nuestra urba, pero que hacía diez y quince años que se habían ido y seguían queriéndole... Como le han dicho a mi hija sus amigas: La gente buena se rodea de gente buena.           Pero es que, además de inteligente (muy inteligente, siempre quise encontrar a alguien más inteligente que yo, y lo encontré) y bueno, era divertido. Y original. Que no es lo mismo. Porque no contaba anécdotas divertidas, er...